Lenguaje y simbología del árbol
Los árboles tienen su propio lenguaje. Lo descubres al adentrarte en el bosque, pasear en silencio y detenerte frente a uno de ellos: junto a su tronco, sobre la tierra entretejida por sus raíces o bajo su copa.
Lo sientes cuando recibes en todo tu cuerpo la energía que de él emana.
En ese momento eres uno con el árbol, renaciendo en la sabiduría olvidada, iniciando un viaje sin retorno.
La madera de haya
Haya, Fagus sylvatica.
La madera de haya, antes de comenzar el tallado, es como un folio en blanco. El tacto de su superficie y la conexión con el árbol del que procede son la preparación para dar paso a la aparición de la simbología.
Durante el proceso de tallado, hay que mantener una presión firme y continua por su dureza (está catalogada como semidura). Su textura es uniforme y homogénea, y esa aparente inexpresión nos cuenta mucho sobre su crecimiento.
Los árboles de haya adultos, con troncos esbeltos y blancos se presentan como las Damas Blancas. Pueden llegar a alcanzar 40 metros de altura. Bajo ellas, educan a sus retoños en una estricta fotosíntesis, pues sus ramas más bajas se extienden casi paralelas al suelo dejando pasar apenas un 3 % de la luz que reciben. De ahí el crecimiento lento de los pequeños árboles de haya.
Hasta que la madre no se convierta en humus, los alimenta a través de las raíces, proporcionándoles azúcares y nutrientes. Cuando cae, ya sea por edad o enfermedad, el firmamento se abre a las pequeñas hayas y comienza su carrera hacia el cielo.
La magia de los hayedos y sus Damas Blancas.
La madera de boj
Boj, Buxus sempervirens.
Conozco el boj del pirineo aragonés (el buixo), y lo que más me atrae de él es su madera. La madera de boj es de un color amarillo pálido nacarado, de tacto suave y delicado a la vez que dura y pesada.
Me inclino por los silvestres, en su entorno natural. De los ornamentales, bajo la mano del hombre, me pregunto sí habrán olvidado el lenguaje de sus congéneres.
Toleran el sol, pero les gusta la sombra intensa. Se diría que se encuentran cómodos viviendo bajo otros árboles, como las hayas, los pinos y los robles.
El árbol boj es pequeño, tipo arbusto. El crecimiento se lo toma con calma, de hecho tiene todo el tiempo para ello: algunos pueden cumplir los 600 años. Se le ha asociado a la inmortalidad, tanto por su longevidad como por permanecer siempre verde.
Florece cada primavera y sus frutos maduran en verano. Las hojas, de color verde oscuro, que cuando aparecen en primavera aportan una tonalidad más clara y las que van muriendo, un color anaranjado.
Del tronco, muy ramificado, me llama la atención su corteza: lisa en los jóvenes y rugosa y agrietada en los adultos. No nos diferenciamos tanto.
Buixo, me quedo con tu belleza interior.
Madera de ciprés
Ciprés, Cupressus sempervirens.
Los cipreses nos regalan una madera ligera y suave al tacto, que impregna el ambiente con su penetrante e inconfundible aroma.
Crece con una verticalidad firme en busca de su meta: el cielo; a la vez que arraigado en la tierra por extensas raíces.
Tocados por la leyenda de la inmortalidad, el ciprés puede superar los 500 años, les envuelve un halo de misterio que induce al silencio.
Tan imperturbable es su ascenso hacia el cielo como su madera, inatacable por hongos e insectos. Los perfectos anillos concéntricos, que te atrapan e hipnotizan hacia su centro, solo se desdibujan por los nudos y las huellas de sus ramas caídas.
Los cipreses señalan el inevitable camino del autoconocimiento y de la espiritualidad.
Madera de nogal
Nogal, Juglans Regia
El tronco del nogal, símbolo de unión entre el universo y la tierra, que puede alcanzar hasta los 5 metros de diámetro, encierra una madera de gran belleza y expresión.
De copa frondosa y redondeada que produce una cerrada sombra, el nogal es un árbol con vigorosas ramas que nos muestran su avidez por los rayos del sol.
Las hojas del nogal caídas en el suelo, ricas en taninos, inhiben el crecimiento de otras especies con ayuda de los microorganismos que las habitan. Así, se muestra como un individuo que despliega mecanismos para evitar que ningún otro compita por su alimento.
Se une con la Madre Tierra a través de unas raíces que se extienden horizontalmente y en profundidad en busca del elemento agua. Estas también salvaguardan su espacio, ya que en las raíces se almacena una sustancia (la juglona) que se encarga de que ningún otro árbol arraigue en sus dominios.
Con la floración de cada primavera, enfoca su energía en un proceso de muerte y renacimiento, de reposo y renovación, de cambio y transformación. Su ofrenda: los frutos que tan cuidadosamente protege.
Madera de tilo
Tilo, Tilia platyphyllos
En Aragón, al tilo también se le conoce como teja y tillera.
La madera del tilo es blanda y homogénea. Cuando tallas sobre ella te sumerge, con confianza, en un estado de abandono y relajación.
De su tronco recto nacen las ramas apuntando el cielo -especialmente visibles cuando llega el invierno-. Susceptible a la escasez de agua, se nutre de ella igual que el humano de las emociones.
Es el árbol de la empatía. La energía del tilo es sanadora, ayuda a restablecer el equilibrio ante heridas emocionales causadas por ir en contra de nuestro código interior. Con profundas raíces se sumerge como nadie en el mundo de los sueños y cada primavera nos despierta los sentidos con sus olorosas flores colgantes, que tintinean entre corazones verdes, en espera de las abejas.
Me llama la atención su resistencia innata a la contaminación, la invulnerabilidad a lo tóxico. Rodearnos de su energía nos ayuda a sintonizar y despertar la capacidad de amar.